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Dada la trayectoria de este académico, que tanto la derecha como la izquierda de EEUU ha respetado hasta el momento, veamos entonces de qué se le acusa: De ser un ex dirigente de la OLP, de mostrarse crítico con Israel, y de ser un firme defensor de los derechos palestinos. Obama ha sido acusado de mantener con él una estrecha amistad, de no rebatir sus comentarios antiisraelíes, y de haber dejado que ejerciera de niñero de sus hijos. Mc Cain, al hilo de todas estas acusaciones, comparó la alianza de Obama con el dirigente palestino con la alianza con el nazismo, al preguntar qué sucedería si apareciesen imágenes de John Mc Cain hablando con un neonazi.
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Respecto a la posibilidad de que sea un fanático anti-israelí, sería difícil justificar entonces su participación, como uno de los miembros más activos, en el Comité por el Diálogo Árabe-Israelí, que busca promover la convivencia y los puntos de encuentro entre ambos, en contraposición a otros conocidos pensadores palestinos, como Salame Kelly o George Habash, que rechazaban la idea de cualquier tipo de diálogo. El carácter moderado y dialogante de Jalidi es refrendado tanto por sus estudiantes, que han formado un grupo de apoyo a su profesor en Facebook, como por sus compañeros de profesión, e incluso el rabino Rolando Matalon, que dirige una sinagoga, ha calificado las acusaciones como “completamente absurdas, maliciosas e innecesarias”. Respecto a su defensa de los derechos palestinos, es la de cualquiera que respete el marco legal de las Naciones Unidas, que insta a Israel a retirarse de los territorios palestinos, que define como ilegalmente ocupados. En cuanto a que pueda ser ilícito el apoyo de Obama a este académico, el mismísimo International Republican Institute, que McCain presidió, concedió en los años 90 becas y fondos al Center for Palestine Research and Studies, del que Jalidi es fundador.
Lo absurdo de las descalificaciones vertidas sobre este académico, y del cuestionamiento de su relación con Obama, lleva a una sola conclusión posible: El hecho mismo de ser palestino es para ciertos sectores motivo de sospecha, y el simple diálogo de una figura política con alguien que posea esta identidad es condenable. Después de todo, los representantes de Obama han salido al paso de las acusaciones tratando de desmentir tal amistad, en vez de admitir que el hecho de ser palestino no es un delito, y que cualquier político que se precie y que desee contribuir a resolver el eterno conflicto palestino-israelí debería rodearse de asesores de ambas partes que le ayuden a conocerlo mejor.
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