miércoles, 11 de febrero de 2009

Egipto: la brutalidad contra la crítica

El pasado viernes 6 de febrero Philip Rizk, egipcio de madre alemana, marchaba con un grupo de alumnos de la Universidad Americana del Cairo hacia la frontera de Egipto con Gaza. La marcha simbolizaba la protesta ante la negativa de las autoridades egipcias a abrir el paso de Rafah, única vía de entrada y salida de la Franja, tras los bombardeos israelíes sobre la población civil (en la foto de la izquierda, Philip sostiene un cartel que dice "Habéis colmado el vaso. Abrid el paso de Rafah"). Cuando el grupo se preparaba para el regreso, un gran número de policías los rodeó durante cuatro horas, lo que provocó un revuelo que hizo que se presentase allí un abogado de derechos humanos. Mientras un policía distraía al abogado en la comisaría, otro se llevó a Philip por la puerta trasera y lo metió en una furgoneta que desapareció ante la mirada atónita del resto de sus compañeros. Según el diario New York Times, el portavoz del Ministerio de Interior al que entrevistaron se mostró furioso ante las preguntas: “Lo ocurrido está recogido en el marco legal egipcio, vayan a la oficina del Fiscal General, yo no tengo información sobre Philip. ¿Qué interés tiene su periódico en él? ¿Trabajan acaso para organizaciones de derechos humanos?"

Así las gasta Egipto, que recurre a su conveniencia a la Ley de Emergencia Nacional para justificar la represión de las críticas a sus políticas internas o externas. Detener a ciudadanos sin presentar cargos contra ellos y procesarlos sin juicio es una práctica habitual desde que se promulgó esta ley en 1981, cuando el Presidente Anwar Sadat fue asesinado a balazos por un opositor a su gobierno. Desde entonces, en el marco de la “lucha contra el terrorismo”, las autoridades tienen carta blanca para cualquier abuso que directa o indirectamente puedan enmarcar en la defensa del país contra la amenaza terrorista. En el amplio espectro de esta amenaza se incluye a representantes de asociaciones de derechos humanos, defensores de la libertad de expresión y críticos con las medidas represivas de las autoridades. En los últimos años ha aumentado la presión sobre quienes piden un posicionamiento de respeto a los derechos humanos y la legalidad internacional en las relaciones de Egipto con Israel, con la apertura del paso fronterizo de Rafah como constante en las reclamaciones de un trato justo y digno a la población palestina.

La distancia, presente en todo el mundo árabe, entre la población civil y sus dirigentes, es una auténtica brecha de dimensiones escandalosas en Egipto, que tiene un papel central en la zona tanto a nivel geoestratégico como simbólico. Egipto es un símbolo de la arabidad por su tradición, su historia, su producción cultural y su relevancia en la política de la zona. Es egipcio Nayib Mahfuz, primer premio Nobel de Literatura árabe; es egipcia Um Kalthum (en la foto de la izquierda), la diosa musical más venerada en todo el mundo árabe; es egipcio casi en exclusiva el mercado del cine árabe. Es egipcio también Gamal Abdel Nasser, el líder político árabe más valorado y mitificado, pieza clave del Movimiento de los No Alineados y referente del nacionalismo árabe, el sueño de una comunidad que, englobando a todos los países árabes de Asia y África, camine hacia la unidad política y conforme una única nación.

Egipto no ha hecho más que alejarse de este posicionamiento desde la muerte de Nasser, en 1970. A la política de identificación panarabista, nacida de la indignación ante los abusos coloniales y la injerencia occidental en los asuntos árabes, ha seguido un giro de 180 grados lleno de alianzas con las grandes potencias, pasando por el reconocimiento de la legitimidad del estado de Israel, hasta llegar a la aceptación actual de los ataques israelíes sobre Gaza. Obligados por su posición geoestratégica a ejercer de mediadores entre Israel y los representantes de Hamas, los líderes egipcios hacen un papel ficticio de interlocutores mientras confiesan a los israelíes su satisfacción por las ofensivas militares que puedan debilitar a este grupo palestino que ganó las elecciones en 2006 y que saca de quicio a Egipto. Este país tiene más que perder que Israel a ojos de la comunidad internacional, ante la que intenta aparecer como el país árabe más democrático, moderado, amigo de los occidentales, el lugar de atractivo turístico por excelencia donde los visitantes están seguros.

Pero la realidad es la de un país frágil, lleno de focos de oposición y resistencia a la actitud totalitaria de su gobierno. Toda la represión que ejercen las autoridades no ha hecho más que inflamar a grupos como la Hermandad Musulmana, que busca un retorno a los valores de la religión más literal y el fin del gobierno instalado en la corrupción. No ha conseguido impedir ataques terroristas como el del año 2005 contra Sharm ElSheij, centro turístico por excelencia, ni mucho menos acabar con las protestas por los abusos contra los derechos humanos y la libertad de expresión. La fractura entre los ciudadanos y sus “representantes” es cada vez más evidente, ya que nunca Egipto había llegado tan lejos como últimamente, con la aceptación tácita de la invasión de Gaza y la masacre de civiles. Los guiños entre el Presidente egipcio, Hosni Mubarak, y los líderes israelíes, llevan a su población civil al desquicio, igual que a la del resto del mundo árabe, cuyos líderes son más discretos en sus relaciones con Israel.

Philip Rizk fue liberado ayer, miércoles 11 de febrero. Según la Red Árabe de Derechos Humanos, que lo entrevistó, Philip pasó cinco días encerrado en un zulo con los ojos vendados y sometido a un interrogatorio sobre su supuesta pertenencia a Hamas, al espionaje israelí o a grupos evangelistas, y amenazas por las críticas vertidas en su blog. El revuelo mediático que ha despertado este caso, con grupos de Facebook y blogueros extendiendo la voz de alarma, tiene mucho que ver con la nacionalidad alemana de la víctima y el miedo egipcio a un incidente diplomático con países europeos. Pero Philip es sólo uno más de una larga lista de prisioneros y desaparecidos a manos de las autoridades egipcias, que Amnistía Internacional estima en unos 18.000. En su último Informe sobre Derechos Humanos en Egipto, AI denuncia un panorama en el que las torturas, malos tratos, juicios injustos, restricciones a la libertad de expresión y asociación de la Ley de Excepción están instaladas en el país con carácter permanente.

Fuentes: New York Times, The Arabic Network for Human Rights Information, Alnadeem, DW-World.DE, Freephiliprisknow, Omraneya

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