lunes, 1 de septiembre de 2008

Una tarde en Qreia

Desde lejos distinguimos unas figuras minúsculas moviéndose de un lado a otro de la jaima, una tienda de tela oscura que caía en cascada sobre la arena. En Qraia, dentro de la provincia siria de Sweda, poblada casi íntegramente por drusos, los beduinos arman su casa en cualquier rincón de la montaña. Una montaña dura y pedregosa donde los meses de verano ahogan una tierra sedienta.

Caminamos despacio hacia la jaima de 3 metros de alto, mi compañera de viaje, Nanda, y yo temiendo ofender, peguntándonos cuántos turistas habrían pasado ya por allí para curiosear.

“No creo que reciban muchas visitas”, me leyó el pensamiento Somar, “Qraia no está en ningún mapa turístico”. Somar Abufajr, sirio nativo de Qraia, conoce bien el terreno, pero como la mayoría de los drusos que pueblan la zona, nunca se había acercado a la vivienda de una familia de beduinos, con los que conviven pero apenas se relacionan. Los beduinos son pequeñas familias nómadas que, a sólo 100 kms. de Damasco, recorren las montañas buscando un lugar donde instalarse, sin más posesiones que su tienda y los animales que crían y que son su sustento.

“La semana pasada hubo tiros”, me explicó Tarek, “Ellos se consideran a sí mismos “los hombres de la montaña”, así que creen que es suya para establecerse donde les parezca. Pero aquí hay gente, drusos, que han trabajado muy duro para sacar esta tierra adelante, y no se merecen que las cabras de los beduinos se la arrasen”.
Tarek Alsaleh es alemán de origen sirio. Su padre fue uno de tantos sirios que en los años 60 viajó a Europa para formarse en medicina, una carrera inaccesible a la mayoría en su país por las notas de corte inalcanzables que se requerían entonces, y que continúan requiriéndose hoy en día. Tras divorciarse de su primera esposa, regresó a Qraia, donde construyó una gran casa e invirtió en terrenos a los que se dedica desde entonces. Tarek lo visita cada verano desde niño y ahora ha decidido dejar atrás su ciudad natal, Colonia (Alemania), para quedarse en Damasco, donde ha abierto una escuela de capoeira. Pero en ningún lugar Tarek disfruta como en Qraia, adonde sigue regresando cada fin de semana.

Los drusos son una minoría religiosa que vive principalmente en Líbano, Israel, Siria y Jordania, y que allí donde habitan tienden a concentrarse en comunidades cerradas. En Siria la mayoría se ha aglutinado en Sweda, provincia de unos 340.000 habitantes que se compone de cuatro ciudades principales. Qreia, el pueblecito donde nos encontramos, al sur de Sweda, tiene sólo 16.000 habitantes, que viven de la agricultura, principalmente del cultivo de olivos, viñedos, trigo, cebada e higos. El líder de la revolución siria contra los franceses, el sultán Pasha al-Atrash, nació y murió en Qreia, desde donde dirigió la resistencia. Esta figura nacional llena de orgullo a los drusos, a los que se atribuye un fuerte sentido del honor y la pertenencia, además de un gran secretismo respecto a su culto y sus tradiciones.

La distancia es ya lo suficientemente corta como para distinguir a un hombre vestido con chilaba holgada, color tierra, y una chaqueta verde oliva. Lleva la cabeza envuelta en una kufiya roja y blanca sujeta por una cinta negra que le rodea la frente dejando ver sólo sus ojos oscuros y el comienzo del tabique de una nariz recta.

“No les molestaremos”, insistió Somar, “al contrario, está esperándonos. Nos ha visto acercarnos y ha salido a recibirnos”. Somar, ojos verde aceituna, grandes y afilados como los de un gato, me lanza una mirada socarrona, entretenido por nuestro afán de agradar.

Orientalistas.

De cerca la tienda es tan sencilla como se vislumbraba desde la distancia. Una tela de lana oscura reposa sobre unas estacas de madera y cae sobre la arena en forma de cortinas estampadas en rojo. Las jaimas de los beduinos sirios se fabrican con tela de piel de cabra negra, que les protege del clima desértico. El clima de esta zona es doblemente extremo, al juntarse los cambios radicales de temperatura del desierto con la altitud de la montaña, que intensifica los contrastes. El dueño de la tienda alza el brazo y asiente con la cabeza.

“Ammo, estábamos caminando por la zona y nos hemos acercado a saludarles. Nos acompañan amigas extranjeras que están trabajando en un documental sobre Siria, y si no les importa les gustaría mucho conocerles, quizás hacer alguna foto de ustedes y de su casa”.

Los ojos del hombre, de un color oscuro difícil de determinar y rodeados de arrugas profundas, se posan en Nanda, luego en mí, “vaya pinta que traemos, justo hoy”, y tras asentir de nuevo nos señala con el brazo la parte trasera de la jaima, donde una decena de pavos de lomos color oro, morado y verde, se pasean con el cuello erguido seguidos de una bandada de cachorrillos de pavo minúsculos que pían al unísono tras los adultos. Nos indica con la mirada que podemos fotografiar y chasquea la lengua, guiándolos hacia adelante.

“Las cabras”, alza el brazo de nuevo y lo seguimos unos metros más, donde docenas de cabras se arremolinan a su alrededor. Se acuclilla y acaricia a unas y a otras.

“También podéis fotografiar la casa”.

En la entrada de la tienda nos espera su mujer, una señora corpulenta y curtida por el sol. Viste una gruesa chilaba negra bordada con formas geométricas y un pañuelo negro alrededor del cuello. Sobre la cabeza, un pañuelo azul floreado le cubre toda la frente y enmarca un rostro curtido, de ceño profundo y sonrisa amplia y pícara. Nos anima a pasar y sentarnos sobre las esterillas y cojines de colores vivos. A lo largo del rectángulo que forma la jaima, el resto de la familia nos mira con sonrisa plácida: Un niño de unos seis años reposa entre las rodillas de una pareja joven, Él en pantalón color tierra y camisa blanca, ella envuelta en una chilaba dorada, negra y roja y un pañuelo granate, nos devuelven dos sonrisas amplias y hermosas, les pido por favor si puedo fotografiarlos.

Orientalistas. Cómo podéis ser tan orientalistas, me susurra Hassun a 3700 kms, desde su apartamento en Madrid. Ella puede pasar, es una turista en Siria, ¿pero tú? ¿Todavía miras tu país de origen con ojos de orientalista?

Los ojos pícaros de la señora me animan a beber de un pocillo en el que reposan unas gotas de café negro. Su barbilla y la comisura de sus labios están tatuados de guirnaldas de henna, nota que la miro, suelta una carcajada, se acerca a Nanda para tocarle el piercing y ríe de nuevo. “Dice que deberías llevar el piercing en el lado derecho, no en el izquierdo”, le explico, y nos reímos todos de Nanda, aturdida, que recibe ahora el pocillo negro. Lo bebe de un trago, “qué amargo está, pero buenísimo”, y se relame.

Sigo fotografiando ese momento, y los momentos siguientes. Les prometo que les haré llegar esas fotos a través de Somar o Tarek, parece que les gusta.
"El sultán le pidó al hada Pari Banu: quisiera que me trajeras una tienda tan ligera que un solo hombre pudiera transportarla en la palma de una mano, y lo suficientemente grande para que cupiera en ella mi corte, mi ejército y el campamento", le contó Sherezade a Shahraiar antes de que saliese el sol, en una de aquellas noches.

1 comentario:

nadia dijo...

Me he sentido como si fuera yo misma la que percibía esa sensación de olores,sabores e incluso la hospitalidad un poco inquieta de la gente.Creo que no puede estar mejor descrito.sigo leyendo que estoy enganchada