La visita del Papa a Oriente Medio es algo que los medios de todo el mundo recogen. Tanto para israelíes como para palestinos la visita es condicionante por la proyección mediática que implica y la influencia de sus declaraciones en un amplio sector del mundo, por lo que los medios de comunicación de la zona no han perdido detalle esta semana de cada gesto y cada palabra que salía de la boca del Papa. Sin embargo, es Israel quien tiene el control sobre la ruta y los movimientos del Pontífice, y el poder de "hasbara" (la palabra hebrea para "propaganda"). Todo esto sin duda lo ha aprovechado al máximo para forzar la legitimidad de su estado ante la Iglesia, y ante el mundo. La visita de Benedicto XVI, aunque él la describiese como una peregrinación espiritual, no podía ser más política.
En primer lugar la invitación al Papa fue iniciativa de Shimon Peres, el presidente de Israel, y no en una fecha cualquiera sino en el 61º aniversario de la creación del estado de Israel, lo que los palestinos conocen como "nakba" (el desastre). Jonathan Cook, periodista inglés afincado en Nazareth, recoge en su blog testimonios como el de Mazin Qumsiyeh, profesor en la única Universidad Católica de Cisjordania: "La única novedad que ofrece esta visita es que el Papa, al fotografiarse junto a Netanyahu, legitimiza un gobierno de ocupación de extrema derecha."
Israel ha hecho para esta legitimización la mayor movilización mediática de su historia, al tiempo que restringía el acceso a la prensa palestina. La primera imagen captada: el Papa, en pie entre Netanyahu y Simon Peres, escuchaba el himno nacional israelí, seguido del himno "Jerusalén de Oro", una canción, popularizada por los soldados israelíes durante la captura de Jerusalén Este, que resulta especialmente ofensiva para los palestinos. En su encuentro con el alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, este le dio la bienvenida a la "capital de Israel y del pueblo judío", una descripción de la ciudad que no está reconocida por la legalidad internacional. Con este simple movimiento, consigue Israel que el Papa, que calla y por tanto otorga, acepte el carácter judío de Jerusalén, que los palestinos reclaman también como su capital. Al día siguiente los diarios de todo el país se hacían eco de esta aceptación implícita del Papa.
Otro importante gesto simbólico que recogía la prensa israelí es la visita oficial del Papa a la familia del soldado capturado por Hamas en 2005, Gilad Shalit. El hecho de que visitase a la familia de un miembro de un ejército de ocupación, por muchas razones humanitarias que alegase, choca con el desamparo de tantas víctimas palestinas con las que no se le agendó ninguna visita. Israel también prohibió su visita a Mazin Ghanaim, alcalde de Sakhnin, un pueblo de Galilea, por sus críticas a los bombardeos de Gaza el pasado enero.
Ni siquiera la pequeña y martirizada comunidad católica de Gaza recibió lo que podía haber sido un balón de oxígeno de su líder espiritual. El aislamiento al que Israel ha sometido a la franja bloqueó la visita, a pesar de que el Papa había manifestado su interés en conocer de cerca la situación de la población tras los últimos bombardeos.
Era difícil, por más "hasbara" que desplegasen, ocultar a ojos del Papa las denigrantes condiciones de vida de los palestinos, pero se esforzaron también en disimularlas. Impidieron que hablase desde la tribuna que le habían construído en Belén, junto al muro de apartheid de 9 metros que Israel ha levantado, pero no pudieron evitar que hablase desde un colegio de la ONU en un campo de refugiados, a pocos metros del muro.
A pesar de todas las concesiones de Benedicto XVI a Israel y a la ocupación, ningún medio de comunicación israelí dejó de criticar la tibieza de sus declaraciones en el memorial de Yad Vashem al referirse al genocidio judío. El diario isralí Jerusalem Post hacía un profundo análisis linguístico de los términos elegidos por el Papa, para demostrar su distanciamiento y falta de empatía sincera con el sufrimiento judío. Partiendo de estas declaraciones, el diario hace un repaso del antisemitismo inherente a la Iglesia católica y del pasado de Benedicto XVI, que perteneció, aunque obligado, a las Juventudes Hitlerianas.
Ante una visita que ha agendado Israel, planeándola al detalle, decidiendo a qué lugares se le permitía al Papa acercarse y a cuáles no, con quiénes se le permitía entrevistarse y con quiénes no, y aprovechando cada gesto para legitimar su Estado y la ocupación, las críticas israelíes a la "tibieza" del Papa no dejan de sorprender.
No hay crimen en la historia más condenado que el Holocausto, ni pueblo con mayor respaldo internacional que el judío. Más de 60 años después del holocausto contra judíos, gitanos, discapacitados, algunos grupos eslavos (polacos, rusos, entre otros), otros perseguidos por razones políticas, religiosas o de orientación sexual (comunistas, socialistas, testigos de Jehová y homosexuales) se habla del Holocausto con mayúscula en referencia sólo a los judíos, como algo único e irrepetible. Se ha convertido en tabú equipararlo a otros episodios igual de trágicos de la Historia, y es precisamente el Holocausto lo que ha dado a Israel un cheque en blanco para las violaciones del derecho internacional que comete.
Sin embargo, no pierde ocasión la propaganda israelí de ver el fantasma del antisemitismo en cualquier gesto, analizando la actitud de cada líder religioso o político ante las atrocidades del pasado que sin duda la mayor parte del mundo condena. Pero las atrocidades cometidas contra los palestinos son el presente, se pueden atajar en este momento. En esto debería haber incidido la visita política del Papa, y cualquier otra visita oficial a la región.
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